Un poco de amarillísmo, espero no haga mal. |
Por María Fernanda S.
Bonilla
Si, hoy sufrí un intento de asalto. Si, no es nada sorprendente menos en las condiciones que el evento ocurrió (que ni evento fue, por que el suceso es bien común aquí en esta ciudad, como en muchas otras). Dí papaya, ayudé para que el intento ocurriera, me puse en riesgo.
La historia es esta; caminaba con al amigo paisa, el
buen Rubén, por una de las principales calles de Salvador, la Avenida Sete de
Setembro, pero por ser una de las principales, no quiere decir que sea una
calle segura, es más, todas y todos en esta ciudad saben que es casi imposible
caminar, sin ser robado, por esa avenida en ciertas horas y en ciertos días.
Hoy, un domingo a las 18:30 pasar por la Av. 7, con un bolsito colgado de los
hombros, es llamar un ladrón (ese fue el regaño de mi apreciada Rejane, cuando
escuchó el suceso, y claro, tiene razón). Todo estaba colocado para el devenir,
hasta la conversación con el paisa era sobre asaltos. Justo en ese momento,
llegaron con paso muy rápido, casi corriendo, dos hombres, nos dieron tiempo de
advertir su presencia y hasta de intentar una pequeña huida, sin embargo, uno
alcanzó a agarrar mi bolso y empezar a jalar. No sé muy bien cual fue la suerte
de Rubén en esos instantes; la mía decidió ir por el camino del grito. Por
otros eventos similares en el este país, ya sé que las palabras no son buena
idea, pues el acento de extranjera, “extraña” a las personas que están
alrededor y las inhiben, todavía más, a prestar algún tipo de auxilio. Entonces
mi grito solo emitió una A larga, desgarrada y tristemente (como crítica a mi
oficio) con poco apoyo diafragmático.
Producto de esto es el dolor en la laringe y en mis
pobres pliegues vocales. Si, lo sé; es decepcionante que toda una profesional
con maestría, inicio de doctorado, 13 años de experiencia escénica en mi amada
Vendimia Teatro y docente de voz, no haya “naturalizado” un grito apoyado.
Disculpas queridas y queridos estudiantes, maestros y colegas. Prometo que
trabajaré en eso.
Mientras el grito no dejaba de salir (saben que ni
recuerdo, si tomé alguna vez aire…), el hombre que me correspondió, no dejaba
de jalar, solo eso, jalar con fuerza progresiva mi cartera. Me aferré a ella,
pese a las repetidas caídas al suelo, pese al peligro que podía conllevar el
progreso en la agresión del ladrón, pese al sentir mi cuerpo completamente
manipulado por él, de un lado para otro, de arriba hacia abajo, no solté la
cartera. Creo que alcanzo a recordar dos pensamientos en esos largos momento,
cortos minutos: “no voy a dejar que lleven mis cosas, como a todo el mundo le
pasa”, “por qué no vienen a ayudarnos”.
¿Y Rubén? Decidió utilizar sus piernas y pies como
armas (creemos que es producto de su entrenamiento en la capoeira, angola –cabe
la aclaración- pues esta solo usa piernas y piés para atacar), se batió con los
dos hombres a puntada de patadas. En algún momento de la vertiginosa licuadora
en la que me tenían, vi su cuerpo (sobre todo sus piernas) sobre los ladrones.
Desafortunadamente esto no produjo el efecto esperado.
La sorpresa fue mayor cuando los dos hombre (pese a
las patadas de Rubén) jalaron al mismo tiempo mi cartera y uno de ellos con un
cuchillo intentó cortar la correa que me unía a mi bolso. ¡Un cuchillo! Pues si
señoras y señores, en la escena había un cuchillo. En ese momento llegaron
otros hombres que nos ayudaron a espantar rápidamente a los ladrones. Recuerdo
muy bien uno de ellos; los espantó como se asuntan a los perros que ladran sin
querer morder, los espantó como a ratones que no se quieren matar, los espantó
como almas en pena a las que no se les teme. Se fueron. Huyeron. Escaparon.
Salieron del lugar sin mi bolso, sin ningún objeto nuestro.
Mis dedos paran de escribir, mi respiración se
altera y un llanto corto cae sobre el teclado. Pausa larga, que WhatsApp
interrumpe (gracias Zuckerberg).
Como resultado del evento tenemos el susto enorme
que cargaremos durante unos días, mis codos, rodillas, empeines y talones con
una estética a lo Jesucristo, la triste perdida de uno de mis aretes
recientemente comprados en las abarrotadas calles comerciales de Lapa, mi
adolorida garganta y la rabia impotente, dolorosa y angustiante que no he
parado de respirar desde aquellas 18:30.
Como conclusión, qué digo. Como conclusiones, tengo
varias que quiero desahogar en las letras a seguir. Debo contextualizar un poco
de donde vienen algunas. Estas primeras llegan por causa de la actividad
seguida al intento de asalto.
Continuamos el camino hacia la obra de teatro que en
Barroquinha se estaba presentando. No mi querida lectora, no iba a dejar de
asistir al teatro. Sabía perfectamente que me iba a curar, que su sola fuerza,
por mala que fuera la obra, me ayudaría a digerir lo que acababa de ocurrir.
Asistimos la obra A Conferência, del grupo OCO Teatro, que supo ayudar. El tema
era la ciudad, las ciudades, bastante sugestivo para mi necesaria catarsis. En
sus descripciones de la ciudad, el concepto de espacio público salió a relucir.
Y es sobre espacio público en América Latina que mi investigación camina, y
anda por ahí por ser este desigual, peligroso, sorprendente, carnavalesco,
desvergonzado, luchador, rebuscador. Tuve rabia por escoger eso como objeto de
investigación. Me decía:
-
Ahí tienes intelectual
inorgánica tu calle latinoamericana. ¿Qué tal tu mundo del sur? ¿Qué tal la
fuerza de la desigualdad de la que te aprovechas académica y cínicamente? Pues
fue esa misma la que estaba jalando tu bolso.
Y sí, es la puta desigualdad la que jaló mi cartera.
Lectores, ellos tenía un cuchillo que nunca usaron contra nosotros; uno de
ellos me tuvo en el suelo, cerca a sus pies, descalza, tan fácil de pisar,
machucar, dar un golpe que nunca llegó. Ellos no nos quería hacer daño, solo
llevar, lo que tal vez, sustentaría unos días de vida. Parece que el hambre, el
desespero o la costumbre no les dio para enterrar un cuchillo. ¿Quienes son
esos ladrones? ¿Qué hay dentro de ellos que les impidió usar un cuchillo? Con
solo un raspón o roce de esa herramienta sobre nuestros cuerpos, hubieran
salido victoriosos con mis pertenencias… Gracias a las diosas que esto no
ocurrió, gracias a las diosas (¿o a quién? A la madre que los crió…¿?) que
estos ladrones no llegaron hasta allá.
Castigamos al ladrón pero no juzgamos la sociedad
que los produce. Y ahí mi rabia crece. Crece después de ver como roban una
presidencia, crece después de escuchar vecinos, conocidos, transeúntes
celebrando la salida de la presidenta. Crece al ver como venden nuestras empresas,
crece al recordar que mi pueblo elige como elige. Crece, crece y crece …
¿Cuándo y cómo explotará?
Poca gente vino a nuestra ayuda, y creo yo, que los
que vinieron demoraron. Una de las frases de la obra de esta noche decía algo
como “Nadie ayuda, por que nadie quiere sufrir”. Nuestro pueblo sigue
observando la realidad, solo observa y casi siempre lo hace a través de los
malcreados medios masivos de comunicación. Algunas personas observaron como yo
gritaba, como Rubén daba patadas y como dos hombres intentaban llevar una
cartera. Solo observaron.
Toda Bogotá observa como una de las últimas empresas
públicas, que sustenta las escuelas y la Universidad del distrito, esta siendo
vendida. Todo Brasil observa como su presidenta, que por medio de las urnas, la
colocó en ese cargo, es retirada del gobierno. El mundo observa como pocos
tiene todo y muchos tiene nada. Y muchos siguen solo, solo observando.
Y viene el panfleto… Si, que le puedo hacer,
repetitivo, poco original, pero inevitable.
Juguemos el uno a uno. No
como el de Maturana o Dunga, sino a lo Lenin. Hágale la charla amistosa,
compinchera a la vecina, al cliente, al tipo que se le sienta al lado en el
bus, e intente persuadirlo de dejar de observar y de, por lo menos salir, a la
calle, a la marcha. Espere, no se impaciente al primer NO, no se desespere con
la lluvia de argumentos (todos bien diseñaditos por los mass medias) que le
caerán encima. La cosa es de encanto, de persuasión, de cariño. Téngale
paciencia y por lo menos déjele la duda. No se canse de insistir. Respire
profundo y siga. ¡Ojo! Prometo el 0.01% de cambio en el escucha. Pero bueno, de
uno en uno…