Hace un par de meses estuve de visita en la hermosa y noble
Ciudad de México. Conociendo sus calles, personas y sonidos, me maravillé por
su historia, nuestra historia que transita entre murales, esculturas, caras,
comportamientos, comidas y anécdotas. Esta ciudad me hizo sentir algo familiar,
eso donde una se siente con las suyas.
Dentro de los paseos obligatorios de museos, teatro y
calles, no podía faltar la visita a la casa de Frida Kalho en Coyoacán. Debo
confesar que aunque la curiosidad me llenaba de expectativa, el hastío de su
imagen por muchas partes, me causaba cierta voluntad de abortar el plan.
Aunque hay algunos que creen que la “resurrección de Frida”
hace parte de las reivindicaciones de lo femenino, yo no me he comido el cuento
y creo que solo hace parte de una “reivindicación mercantil” que se apodera de
símbolos reencauchados que puedan colocar un foco de moda, extraído de
cualquier contenido, contexto o discurso. Así la “Fridamanía” como la llama
Eduardo Galeano en su cuentico, para mi es solo la absorción de la imagen de
una mujer luchadora transformada en linda camiseta para vender. Fue para mí un
insulto ver la imagen de Frida hecha muñequita manga y estampada en camisetas,
bolsos y otras prendas de vestir. Debo confesar que también me sentí vieja, no
encontré ninguna relación entre la imagen de la sejijunta y la tendencia
oriental. Me asusté tremendamente al imaginar que no solamente iba a ver su
cara en estilo manga, sino todo su cuerpo; con faldita de prenses y calzones
insinuándose a la sombra, medias y piernas largas, y protuberantes senos
atrapados en una diminuta blusa. Mi mal humor aumentó. En los repetitivos
productos que tienen a la artista mexicana como logotipo, siempre noté que la
inspiración más fuerte es esa fotografía de Kalho que apareció en la revista
Vogue, aquella de fondo verde y donde ella aparece con rostro sereno
completamente de frente a la cámara. Muy pocas veces su obra inunda los
mostradores y más bien si, sus rostros reinterpretados de esta fotografía.
A pesar de lo anterior tenía la firme intención de
encontrar en su casa azul, la Frida que no se deja ver por el mostrador todo
lleno de luces de neón y ojitos manga. Antes de llegar a la casa-museo la amiga
mexicana que me acompañaba me preguntó ¿qué
te gusta más la cara de Frida o su obra? Esta pregunta, además de sacarme
una sonrisa, remató aquel pensamiento de las tiendas de ropa, todas llenas de
la estética Frida, en donde no aparece una sola de sus obras. Su obra no
cuenta, lo que cuenta son los colores de la moda que ella recreo y que hoy
sienta muy bien a la nueva tendencia. No importa la artista, ni mucho menos la
política, importa una bonita imagen que puede decorar cualquier café, agenda o
mochila.
Continué con mi propósito. El próximo palo a la rueda que
apareció fue la larga fila que estaba a la entrada de la casa-museo.
Conseguimos no hacerla, gracias al pago demás que incluía visita al museo
Anahuacalli, construido por Diego Rivera. Al entrar en la casa el contraste de
los colores azul y rojo, llamaba los sentidos, mi cuerpo se dispuso al
encuentro con la artista. Las primeras salas, estaban dispuestas como galerías
que exhibían varias de sus pinturas, no eran precisamente las más famosas, pero
por lo menos conseguía ver los trazos de la talentosa pintora. Esto me distrajo
un poco de las filas enormes y el tumulto que te empujaba por los corredores.
Luego llegamos a la parte de la Casa: cuartos, cocina,
taller y las famosas camas donde la enferma de una seja, pasó un buen tiempo de
su vida. Allí la fila demoraba más. Las personas buscaban observar cada detalle
de la cama, la cobija, la repisa, la foto, el pedazo de lápiz o algún detalle
que hablara más de la tortuosa vida que por esas camas debió pasar.
Finalmente salí a los patios. Un ambiente más tranquilo se
sentía allí. Las fotografías de la pajera Kalho y Rivera narraban el amor que
existía entre ellos, también formaba imágenes de la cotidianidad del par de
amantes y artistas. Para mi sorpresa el cúmulo de personas se dispersó, entre
los videos exhibidos y la tienda de suvenires. No entiendo muy bien por qué no
siguieron por los jardines de la casa, con la misma curiosidad que al interior
de la misma…
Advertí que había un lugar más para visitar en la casa
Azul. Esto era llamado como “la exposición de vestidos”. Este es el punto
álgido de la visita. Sin este lugar, usted no estaría leyéndome, es decir esa
EXPOSICIÓN fue el detonante para este texto.
Al entrar a esta sección de la casa, la visitante se
encuentra de frente con los corsés, las amarras, los bastones, los zapatos
ortopédicos y demás aparatos con los que Frida conseguía sostenerse en este
mundo. Estos objetos estaban (o seguramente, están) exhibidos en una gran
vitrina con un fondo de baldosas blancas típicas de baños. El choque con esta
vitrina aumentó con las explicaciones que acompañaban esta primera parte. Allí
decía que los objetos fueron sacados, recientemente de uno de los baños de la
casa que no se había abierto por que los anteriores encargados no lo habían
permitido.
Diego Rivera, dispuso de la casa y creó el museo después de
la muerte de Frida. Antes de morir delegó el cuidado del bien a la amiga y
mecenas Dolores Olmedo, quien conservó la casa, mantuvo los respectivos cuartos
y baños cerrados. Pero después de la muerte de Olmedo, la casa fue
completamente tomada. Se abrieron los baños, se sacaron todos los objetos en
ellos guardados, se organizaron y se dieron a conocer a la luz pública.
Esta exposición es producto de ese abuso a la privacidad
guardada por la pareja. Algunos documentos del museo, describen esta acción
como necesaria para conocer profundamente la obra de los dos artistas y sobre
todo la de Kalho. Pero esto no es tal, pues lo que dicen sus explicación, en esta
última exposición, solo ayuda a inventar páginas sobre una historia de amor que
el mercado sabe vender muy bien, más el mexicano que ha llenado nuestras
pantallas con love history en formato
de telenovela llorona. Esta historia de amor coloca a Frida en un papel
bastante lastimero, complaciente, sufrido y entregado.
No contentos con la exposición de los aparatos y apoyos
médicos que usaba Frida, de los cuales seguramente se sentía incomoda de
mostrar, exhibieron, también los hermosos vestidos que la artista lucia. Esto
podía parecer hasta bonito, si no fuera, una vez más, por las humillantes
explicaciones en las paredes. En ellas se leía que la artística había decidido
vestirse inspirada en la estética de los pueblos indígenas por los que Diego
Rivera sentía atracción. Y se atreven a afirmar que lo hacía por complacer a
Rivera. Además porque vestir faldas largas le aseguraba cubrir la plataforma de
uno de sus zapatos que le garantizaba tener alineada la cadera, además de
ocultar los corsés y demás aparatos que la ayudaban a mantenerse en pie.
Lo anterior no es solo degradante para una artista que
llevó otro México al mundo, sino que demuestra el menosprecio y la subvaloración
el criterio de una mujer inteligente, políticamente beligerante y comprometida
con las culturas latinoamericanas, especialmente mexicanas. Una vez más, los
institutos “protectores” de La Historia, actúan encarnizados en mantener
lógicas machistas y patriarcales, donde la lucidez y talento de una mujer solo
es válido bajo la luz que un macho emane sobre esta. La estética que Kalho
decidió vestir, presenta una intelectual que supo y nos enseñó que la política
se lleva, también, en la forma, en el color, en el sentimiento, en la casa, y
no solo en la plaza pública o bajo los techos de los parlamentos.
Lo que hacen las personas encargadas del Museo Frida Kalho,
al afirmar que la decisión de la artista sobre su vestir es por complacer a su
compañero y ocultar sus malestares, es irrespetuoso, indigno y ofensivo. La artista,
en su propia casa es violentada por una sociedad y una institucionalidad que se
niega a reconocer a las mujeres como detentoras de sus propios destinos,
nosotras, por más brillantes, inteligentes e influyentes en los caminos de esta
humanidad que seamos, seremos siempre medidas por la vara que el machismo nos
decida colocar.
Si esto ocurre con una figura tan prestigiosa de la
Historia de Nuestra Latinoamérica como lo es Frida, evidencio el
desconocimiento y ocultamiento que nuestras intelectuales, artistas, líderes y
trabajadoras tiene que sufrir a diario.
Para finalizar el recorrido por esta dolorosa y colérica
exposición, remata una sala donde se ven tres vestidos inspirados en Frida Kalho.
Estos vestidos son creados por grandes diseñadores que, parecen ser muy famosos.
Muy famosos y muy cínicos, pues no utilizan las imágenes, el color, las formas
de las obras que la artista nos dejó, sino que en vez de eso, usan su dolor y
sufrimiento para crear sus monstruosos harapos. Vemos vestidos donde la parte
superior imita corsés y fajas, por ejemplo.
Salí del museo con mucha desazón. Entre la ira que me
produjo esa última exposición y la tristeza por el uso de la imagen de la
mujer, caminé por las calles de Coyoacán intentando procesar el dolor y
malestar. Debo confesarles que unas deliciosas quesadillas fritas en la plaza
de mercado del lugar, sacudió el mal genio y me permitió seguir el viaje por la
ciudad. Además de las quesadillas, la promesa de escribir algo que denunciara
este desagravio contra las mujeres artistas e intelectuales de América Latina,
ayudó a calmar (mas no a apagar) el odio por este mundo que persiste en
fomentar el desmerito hacia la mujer y sus actividades.