En marzo de 2017
decidí iniciar un proceso de creación que tuviera la calle como un “todo”, esto
es, que el espacio público fuera sala de ensayo, elemento motivador para la
creación, lugar de entrenamiento y preparación, salita de reuniones y claro,
escenario.
Sería una especie
de “solo”, es decir, no estaría acompañada por otra artista que realizara el
proceso e interviniera la calle conmigo.
Inicié el proceso
en la ciudad de Bogotá el 22 de marzo de 2017 en la zona centro. Realicé una
primera salida sin saber cuál era el tema, ni la estética, ni la poética. Allí
intente moverme cómo se movía esa atmósfera, sentir su ritmo y sobre todo su
ethos. Ese ethos, definido como la esencia, el ser, la forma y el contenido en
un solo frasco. Después de esta exploración decidí que el tema de la creación
sería diferentes violencias que las mujeres sufren en el espacio público.
Imágen
Mauricio Rodríguez. Av. Jiménez. 1
Así, el proyecto tomó
más forma. Le comenté esto a mi amiga Clara Angélica Contreras Camacho,
directora escénica, con el fin de que ella me acompañara en el proceso como
observadora experta o, no tan bien dicho, directora. Ella aceptó e iniciamos
una rutina de ensayos. Fui enfática con Clara, en que todo el proceso ocurriría
en la calle, desde nuestras reuniones, hasta los ensayos y preparaciones.
En las primeras
salidas, Clara me pedía que construyera partituras con diferentes estímulos;
con movimientos que fueran inspirados en el circular de los transeúntes, en el
paisaje de la calle, o sea, su arquitectura, en los gestos que aparecen
repetidamente en las personas y en las formas con las que contaba en el lugar
donde ensayábamos.
Duramos algunos
ensayos explorando solo con el cuerpo, creando partituras que describieran la
calle, el movimiento de una mujer en el espacio público y la relación con los
transeúntes. Para Clara y para mí fue bastante sorprendente usar la calle como
sala de ensayos. Crear una secuencia, implica parar, pensar, volver a
intentarlo, repetir, repetir y de nuevo, repetir. Este trabajo en una sala
pareciera, a primera vista, que no tiene mucho problema. Sin embargo, esto en
la calle cambia drásticamente. No existen los espacio privados, pero si existe
invisibilidad. Afuera, todo el tiempo se tienen otros ojos encima, y eso
despierta otro tipo de comportamiento, otra forma de concentración y trabajo.
Todo el tiempo el transeúnte está influyendo en cada parte que se fija, que se
cuadra, que se crea. Esto era lo que queríamos. Una relación permanente con las
personas que pasan a tu alrededor. Casi, que se convierte en un a creación en
conjunto.
Sin embargo,
también existe la invisibilidad. En nuestras calles, producto de la cantidad de
manifestaciones causadas por la desigualdad y la pobreza, las personas que
transitan cierran sus percepciones a lo que ocurre en el espacio público. Si yo
trabajaba en silencio, era muy posible que pasara desapercibida en el lugar.
Así, conseguí sentirme aislada y hasta con cierta privacidad. Logré instalar en
mi cuerpo la sensación de que a nadie le importa lo que pase con el otro, de
esa forma es casi como si estuviera sola en medio de la multitud.
Imagen Clara Camacho. B. Restrepo |
Como se puede imaginar, algunas veces fui interpelada por personas que se preocupaban con mi presencia y mis acciones. No faltaron policías que llegaran a intentar interrumpir mi trabajo y pedirme que me comportara como todas las otras personas. Tampoco faltó mujeres de avanzada edad que se acercaban con cierta cautela a preguntarme cómo me sentía y si estaba cuerda. Seguramente a lo largo de esta narración citaré otras reacciones.
Así, a partir del
contacto constante, insistente y hasta invasivo de los transeúntes, por un
lado, y ciego, indiferente y apático, por el otro, construimos varias secuencias
que fuimos limpiando, descartando y puliendo.
Propuse trabajar dos
secuencias dentro de algo que he venido llamando “capsula”. Las “capsulas”,
dentro de una acción escénica, son secuencias de movimientos fluidos,
enlazados, partiturados que pueden contener todas las sensaciones o estados por
los que la actriz pasa durante toda la acción. La capsula podría contener todo
la esencia de la obra o trabajo realizado. Su duración es muy corta y debe
aparecer en diferentes momentos de la acción. Su repetición durante el acto,
puede ser diferente en tanto a ritmos, calidades, sentimientos y hasta
fragmentos. No siempre se realiza toda la capsula, tal vez solo un pedazo. La
capsula es un lietmotiv. Ella aparece
con cierta frecuencia durante toda la pieza, enfatizando algún sentimiento,
llevando a una transición, cambio de atmósfera o ritmo, o interrumpiendo algún
momento álgido.
Estas dos
secuencias aparecen durante la acción justamente para lo narrado líneas arriba.
Sentíamos que el
trabajo no solo podía ser secuencias de movimiento y capsulas. Después de
algunas semana sentimos la necesidad de trabajar sobre algunos roles o
personajes de diferentes mujeres. Yo no quería que el trabajo, por ser hecho en
la ciudad, hablara solo de los problemas de un tipo de mujer, la urbana. Así,
propuse cuatro tipos de mujeres. Que en ese momento llamamos así:
● La campesina: Que arrastraría una violencia más aceptada, de casa. Ella
consiente el maltrato y le parece natural.
● La matrona: Mujer de colores y ritmos costeros, del litoral. Abierta y
sin problema de decir lo que piensa.
● La empoderada: Esta representaría a la mujer de ciudad que tiene noción
de las violencias que las sociedades tiene contra las mujeres.
Junto con este
grupo de mujeres también propuse una imagen-personaje, una vulva. La vulva
aparecería por la necesidad de dejar ocultar la parte del cuerpo femenino que
más se esconde y la que más sufre violencias. Esta vulva (o chimba, como es
llamada en Colombia) saldría a las calles con energía de duende, saltando,
gritando, brincando de andén en andén, pidiendo respeto, amor y cuidado.
Iniciamos la
exploración de cada una de estas mujeres. Empezábamos siempre con la pregunta
de la acción ¿qué saldrá hacer la campesina, la matrona, la empodera, Omaira?
Antes de llegar al ensayo, a la calle, predisponíamos una acción.
Imagen
Clara Camacho. Av. 19, entre 6° y 7°.
|
Después de más de
tres meses de exploración las acciones se fijaron así. La matrona reparte
papaya y advierte que esta solo puede cogerse cuando es ofrecida, se burla de
los hombres y juega con la fruta entre sus piernas. La campesina teje una
trenza entre postes, bolardos y señales de tránsito, va contando las
humillaciones que aguanta sin quejas, sin reproches, sin tristezas. La
empoderada coquetea con frases feministas mientras infla condones. Omaira cae
al suelo, se levanta y vuelve y cae, mientras confiesa novio que violó, ¿no vio novio que violó? Por último aparece la
Chimba que brinca de andén en andén, pidiendo, con voz chillona, besos,
abrazos, cuidados y respeto.
Ensayamos esta estructura en presencia de nuestra
colega dramaturga, Carolina Mejía. Ella, después de observar el ensayo, nos
propuso otro orden, este producto de la relación que los personajes estaban
tejiendo con los transeúntes y con la narrativa de la acción. Por ser la
matrona la que más logra interactuar con las personas, tanto las que pasan muy
cerca, como las que pasan de lejos, propuso que fuera la última, antes de la
Chimba, además porque la relación con la vulva podría ser más rica con este
tránsito. También propuso que quien arrancara la acción fuera la campesina,
pues podría crear una narrativa iniciando con los discursos más oprimidos y
doblegados, hasta las manifestaciones más abiertas y emancipadoras. Estuvimos
de acuerdo con esta propuesta. El orden de las mujeres, quedó así:
▪
Campesina
▪
Omaira
▪
Empoderada
▪
Matrona
▪
Chimba
La primera vez que
ensayamos este orden, nos maravilló la respuesta del público. Tuvimos
transeúntes que se estacionaron a ver toda la acción, en general, la atmósfera
que logramos fue de una alta receptividad. En los anteriores ensayos, con el
otro orden, veíamos como los transeúntes solo paraban para ver una acción en
concreto y no toda la secuencia. Con este orden, sentimos que teníamos una sola
acción y no cinco cuadros, uno tras otro.
El siguiente
trabajo, fue recopilar todos los textos que las mujeres estaban diciendo,
limpiarlos y armar los que estaban más débiles o aún no existían. Esto fue,
armar el guion de la acción. Clara, me motivo para que yo hiciera este trabajo.
Lo primero que hice
fue colocarle nombre a cada una de las mujeres, ellas no podían ser un tipo, un
cliché, un rol. Ellas debían tener un nombre propio que implicara al sector de
mujeres que estaban representando. Así la campesina se bautizó con el nombre de
Florinda, en homenaje a la líder campesina Mamá Tingó (Florinda Soriano Muñoz).
A la matrona la llamé Belki, por hacerle un reconocimiento a la bella Belki
Arizala, modelo, actriz y empresaria afrocolombiana que realiza trabajos en
defensa de las mujeres y las niñas, sobre todo de descendencia afro. Con la
empoderada le hicimos un homenaje a Jineth Bedoya, activista y periodista
colombiana contra la violencia de género. Omaira, conservó su nombre y la
Chimba, no tenía alternativa, su nombre era más que merecido.
Diseño Diana Ayala |
La acción tuvo una temporada de estreno de dos funciones el 19 y 20 de diciembre de 2017. Las funciones se realizaron en el horario de la 1:00 p.m. y cada día en un lugar diferente. El primer día fue a los pies de la torre Colpatria (7ma con calle 26) y el segundo, en las escaleras que llevan a la Plaza de Toros sobre la carrera 7° con calle 28. Después de estas dos funciones concluimos algunos aspectos a modificar, mantener o ampliar. En términos muy generales sentimos que el trabajo hecho representa los deseos y cumple con los objetivos propuestos al inicio.
Durante la primera función, el círculo que formó el público asistente
nos pareció molesto y creemos que transformó la acción. El segundo día de la
temporada, consientes del comportamiento de los asistentes, decidimos que Clara
los organizaría en lugares específicos y les pediría observar la acción
preferiblemente desde el lugar dado. Esto resultó mucho más cómodo para mí,
sentimos que la acción volvió a tomar el carácter encontrado en los ensayos.
Este carácter
es el uso de cierta invisibilidad. Nunca buscamos tener grandes masas de
públicos y nos agradaba la sorpresa generada al transeúnte desprevenido que se
topaba con la acción. Queríamos conservar la atmósfera de la calle, no
variarla. Claro, sabíamos que existía una transformación de esta atmósfera con
mis acciones, más cuando usaba la voz con una potencia extra-cotidiana. Sin
embargo, tener un público reunido, cambia en gran medida esta atmósfera. Pero
si este público parece transeúnte, aún quedaba algo de la atmósfera original.
A modo de conclusión, “Qué Chimba” es una tentativa por hacer
manifestaciones vivas, manifestaciones en dónde la actriz sea un elemento
motivador de acciones y reacciones, en vez de la imposición clásica de alguien
que siempre habla y otro que solo escucha. En “Qué chimba” quien habla,
interpela o comparte tiene su espacio, no hay límite de tiempo, espacio y
acción. Lo anterior sumado a la palpitante necesidad de descubrir los velos que
ocultan la violencia, el abuso y el maltrato producto de nuestras sociedades
enfermas de machismos y patriarcalismos. La Chimba sale, habla y reclama, no en
un teatro cerradito o en un escenario beligerante. La Chimba descubre las
violencias en los espacios más comunes y cotidianos con los que contamos, la
calle.
Imagen
Andrea Duarte. Torre Colpatria.
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[1] Rápidamente esta mujer fue llamada Omaira,
por recordar a Omaira Sánchez, niña víctima de la tragedia de Armero (1985).