lunes, 12 de junio de 2017

JUGEMOS EN EL BOSQUE MIENTRAS FRIDA NO ESTÁ.



Hace un par de meses estuve de visita en la hermosa y noble Ciudad de México. Conociendo sus calles, personas y sonidos, me maravillé por su historia, nuestra historia que transita entre murales, esculturas, caras, comportamientos, comidas y anécdotas. Esta ciudad me hizo sentir algo familiar, eso donde una se siente con las suyas.

Dentro de los paseos obligatorios de museos, teatro y calles, no podía faltar la visita a la casa de Frida Kalho en Coyoacán. Debo confesar que aunque la curiosidad me llenaba de expectativa, el hastío de su imagen por muchas partes, me causaba cierta voluntad de abortar el plan.

Aunque hay algunos que creen que la “resurrección de Frida” hace parte de las reivindicaciones de lo femenino, yo no me he comido el cuento y creo que solo hace parte de una “reivindicación mercantil” que se apodera de símbolos reencauchados que puedan colocar un foco de moda, extraído de cualquier contenido, contexto o discurso. Así la “Fridamanía” como la llama Eduardo Galeano en su cuentico, para mi es solo la absorción de la imagen de una mujer luchadora transformada en linda camiseta para vender. Fue para mí un insulto ver la imagen de Frida hecha muñequita manga y estampada en camisetas, bolsos y otras prendas de vestir. Debo confesar que también me sentí vieja, no encontré ninguna relación entre la imagen de la sejijunta y la tendencia oriental. Me asusté tremendamente al imaginar que no solamente iba a ver su cara en estilo manga, sino todo su cuerpo; con faldita de prenses y calzones insinuándose a la sombra, medias y piernas largas, y protuberantes senos atrapados en una diminuta blusa. Mi mal humor aumentó. En los repetitivos productos que tienen a la artista mexicana como logotipo, siempre noté que la inspiración más fuerte es esa fotografía de Kalho que apareció en la revista Vogue, aquella de fondo verde y donde ella aparece con rostro sereno completamente de frente a la cámara. Muy pocas veces su obra inunda los mostradores y más bien si, sus rostros reinterpretados de esta fotografía.

A pesar de lo anterior tenía la firme intención de encontrar en su casa azul, la Frida que no se deja ver por el mostrador todo lleno de luces de neón y ojitos manga. Antes de llegar a la casa-museo la amiga mexicana que me acompañaba me preguntó ¿qué te gusta más la cara de Frida o su obra? Esta pregunta, además de sacarme una sonrisa, remató aquel pensamiento de las tiendas de ropa, todas llenas de la estética Frida, en donde no aparece una sola de sus obras. Su obra no cuenta, lo que cuenta son los colores de la moda que ella recreo y que hoy sienta muy bien a la nueva tendencia. No importa la artista, ni mucho menos la política, importa una bonita imagen que puede decorar cualquier café, agenda o mochila.

Continué con mi propósito. El próximo palo a la rueda que apareció fue la larga fila que estaba a la entrada de la casa-museo. Conseguimos no hacerla, gracias al pago demás que incluía visita al museo Anahuacalli, construido por Diego Rivera. Al entrar en la casa el contraste de los colores azul y rojo, llamaba los sentidos, mi cuerpo se dispuso al encuentro con la artista. Las primeras salas, estaban dispuestas como galerías que exhibían varias de sus pinturas, no eran precisamente las más famosas, pero por lo menos conseguía ver los trazos de la talentosa pintora. Esto me distrajo un poco de las filas enormes y el tumulto que te empujaba por los corredores.

Luego llegamos a la parte de la Casa: cuartos, cocina, taller y las famosas camas donde la enferma de una seja, pasó un buen tiempo de su vida. Allí la fila demoraba más. Las personas buscaban observar cada detalle de la cama, la cobija, la repisa, la foto, el pedazo de lápiz o algún detalle que hablara más de la tortuosa vida que por esas camas debió pasar.



Finalmente salí a los patios. Un ambiente más tranquilo se sentía allí. Las fotografías de la pajera Kalho y Rivera narraban el amor que existía entre ellos, también formaba imágenes de la cotidianidad del par de amantes y artistas. Para mi sorpresa el cúmulo de personas se dispersó, entre los videos exhibidos y la tienda de suvenires. No entiendo muy bien por qué no siguieron por los jardines de la casa, con la misma curiosidad que al interior de la misma…

Advertí que había un lugar más para visitar en la casa Azul. Esto era llamado como “la exposición de vestidos”. Este es el punto álgido de la visita. Sin este lugar, usted no estaría leyéndome, es decir esa EXPOSICIÓN fue el detonante para este texto.

Al entrar a esta sección de la casa, la visitante se encuentra de frente con los corsés, las amarras, los bastones, los zapatos ortopédicos y demás aparatos con los que Frida conseguía sostenerse en este mundo. Estos objetos estaban (o seguramente, están) exhibidos en una gran vitrina con un fondo de baldosas blancas típicas de baños. El choque con esta vitrina aumentó con las explicaciones que acompañaban esta primera parte. Allí decía que los objetos fueron sacados, recientemente de uno de los baños de la casa que no se había abierto por que los anteriores encargados no lo habían permitido.

Diego Rivera, dispuso de la casa y creó el museo después de la muerte de Frida. Antes de morir delegó el cuidado del bien a la amiga y mecenas Dolores Olmedo, quien conservó la casa, mantuvo los respectivos cuartos y baños cerrados. Pero después de la muerte de Olmedo, la casa fue completamente tomada. Se abrieron los baños, se sacaron todos los objetos en ellos guardados, se organizaron y se dieron a conocer a la luz pública.

Esta exposición es producto de ese abuso a la privacidad guardada por la pareja. Algunos documentos del museo, describen esta acción como necesaria para conocer profundamente la obra de los dos artistas y sobre todo la de Kalho. Pero esto no es tal, pues lo que dicen sus explicación, en esta última exposición, solo ayuda a inventar páginas sobre una historia de amor que el mercado sabe vender muy bien, más el mexicano que ha llenado nuestras pantallas con love history en formato de telenovela llorona. Esta historia de amor coloca a Frida en un papel bastante lastimero, complaciente, sufrido y entregado.

No contentos con la exposición de los aparatos y apoyos médicos que usaba Frida, de los cuales seguramente se sentía incomoda de mostrar, exhibieron, también los hermosos vestidos que la artista lucia. Esto podía parecer hasta bonito, si no fuera, una vez más, por las humillantes explicaciones en las paredes. En ellas se leía que la artística había decidido vestirse inspirada en la estética de los pueblos indígenas por los que Diego Rivera sentía atracción. Y se atreven a afirmar que lo hacía por complacer a Rivera. Además porque vestir faldas largas le aseguraba cubrir la plataforma de uno de sus zapatos que le garantizaba tener alineada la cadera, además de ocultar los corsés y demás aparatos que la ayudaban a mantenerse en pie.

Lo anterior no es solo degradante para una artista que llevó otro México al mundo, sino que demuestra el menosprecio y la subvaloración el criterio de una mujer inteligente, políticamente beligerante y comprometida con las culturas latinoamericanas, especialmente mexicanas. Una vez más, los institutos “protectores” de La Historia, actúan encarnizados en mantener lógicas machistas y patriarcales, donde la lucidez y talento de una mujer solo es válido bajo la luz que un macho emane sobre esta. La estética que Kalho decidió vestir, presenta una intelectual que supo y nos enseñó que la política se lleva, también, en la forma, en el color, en el sentimiento, en la casa, y no solo en la plaza pública o bajo los techos de los parlamentos.

Lo que hacen las personas encargadas del Museo Frida Kalho, al afirmar que la decisión de la artista sobre su vestir es por complacer a su compañero y ocultar sus malestares, es irrespetuoso, indigno y ofensivo. La artista, en su propia casa es violentada por una sociedad y una institucionalidad que se niega a reconocer a las mujeres como detentoras de sus propios destinos, nosotras, por más brillantes, inteligentes e influyentes en los caminos de esta humanidad que seamos, seremos siempre medidas por la vara que el machismo nos decida colocar.



Si esto ocurre con una figura tan prestigiosa de la Historia de Nuestra Latinoamérica como lo es Frida, evidencio el desconocimiento y ocultamiento que nuestras intelectuales, artistas, líderes y trabajadoras tiene que sufrir a diario.

Para finalizar el recorrido por esta dolorosa y colérica exposición, remata una sala donde se ven tres vestidos inspirados en Frida Kalho. Estos vestidos son creados por grandes diseñadores que, parecen ser muy famosos. Muy famosos y muy cínicos, pues no utilizan las imágenes, el color, las formas de las obras que la artista nos dejó, sino que en vez de eso, usan su dolor y sufrimiento para crear sus monstruosos harapos. Vemos vestidos donde la parte superior imita corsés y fajas, por ejemplo.

Salí del museo con mucha desazón. Entre la ira que me produjo esa última exposición y la tristeza por el uso de la imagen de la mujer, caminé por las calles de Coyoacán intentando procesar el dolor y malestar. Debo confesarles que unas deliciosas quesadillas fritas en la plaza de mercado del lugar, sacudió el mal genio y me permitió seguir el viaje por la ciudad. Además de las quesadillas, la promesa de escribir algo que denunciara este desagravio contra las mujeres artistas e intelectuales de América Latina, ayudó a calmar (mas no a apagar) el odio por este mundo que persiste en fomentar el desmerito hacia la mujer y sus actividades.




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