domingo, 1 de julio de 2018

POR LAS SENSORIALES RUTAS DE UN NOVEDOSO TOUR.


Hay una ciudad en la que puedes encontrar, si la suerte y Má Clacia te lo regala, un hombre que te va llevando por un tour de respuestas y espacios para soltar todas aquellas dudas y miedos que el andar te va montando en la espalda. Esos caminos te los presenta el Señor Amontv.

Este señor es bastante difícil de explicar con solo un adjetivo, por eso permíteme, querida lectora, describir al Sr. Amontv y su particular actividad en los siguientes párrafos.

Para iniciar debo informar que Sr. Amontv tiene como oficio mostrar los caminos de su ciudad, que gracias a su sabiduría, no solo pasan de calle en calle, sino que atraviesan tu cuerpo y forman una experiencia que consigue desatar los trancones del alma. Esto parece muy inverosímil y más bien, bastante poético. Tiene un poco de las dos. El Sr. Amontv te lo advierte desde el principio, enviándote un mensaje que justifica su aparición gracias a circunstancias aureáticas y energéticas. En ese momento solo parecen frases de cajón que no estuvieran relacionadas a la experiencia que se vivirá en las horas a seguir, pero lo cierto es que esconden la clave de la relación a crear.

La apariencia de este hombre no es sorprendente, es más bien discreta y llena de gestos tímidos y condescendientes. Es posible que, a primera vista, ni te imagines que él pueda hacer tanta cosa como lo he anunciado al inicio de esta narración. Sin embargo, en la medida que el tour comienza vas descubriendo sus profundos ojos, disimulados por sus gafas, que muchas veces se cierran mientras él habla, nunca supe si era maña inadvertida o algo consciente, de cualquier forma, esto le otorga un misterio que despierta curiosidad por parte de quien lo escucha. También, comienzas a advertir que su nariz es un fino dedal que señala hacia tu boca provocando imperceptibles deseos hacia ella. Su cuerpo delgado cuenta con la altura perfecta para posar cabezas en su pecho amplio. Posee un par de piernas gruesas, a la medida de su proporción, que te pueden cargar, dar conforto y apoyar, solo de ser necesario. El gesto que forman sus cejas, pestañas, boca y barba es de una hermosura infantil que progresivamente se presenta, primero maduro, luego inteligente, para después completarse suspicaz, divertido y particularmente popular. Todo esto completa un conjunto muy atractivo que, al verlo de lejos, no puedes dejar de admirar su singular belleza.

El tour comienza con la visita a ciertos lugares dónde las historias de amor se presentan a través de puentes, jardines, hoteles, mansiones, pinturas, pianos y altillos. Gracias a la politonal voz del Sr. Amontv puedes imaginar perfectamente los personajes narrados por él, acompañados de cada uno de los detalles que el habilidoso orador cuenta. También te lleva por historias de indignación e injusticia que te hacen ver su alma insurrecta y su espíritu combativo. Todo esto te lo hace compartiéndote un delicioso mate (como nunca antes lo degusté) que le da un auténtico toque al paseo. Con mate en mano, te lleva a la maravillosa isla de los cipreses, luego a senderos de árboles altos en donde reafirma su postura frente a este planeta lleno de maleza humana. Habla con orgullo y amor de aquel viejo que ha decidido gobernar como el pueblo que lleva en su sangre, negándose a dejar su chacra, su perra y sus alpargatas. Allí la admiración por su forma de ver el mundo, comienza a crecer.

En ese trayecto, él te invita a caminar por estrechos senderos de estilo japonés, que van abriendo el surco que muestra los tapones de tu alma. En medio de la tranquilidad de peces, flores y hermosos árboles otoñales, sus palabras empatizan con tu ser. La calma allí vivida es tan fácil de sentir, que ya empiezas a querer agradecer con más que unas "gracias".

Como todo un buen orientador, el Sr. Amontv, te deja disfrutar de un lindo atardecer enmarcado por un malecón y varios edificios. Su apariencia de extremo respeto levanta más misterios. Misterios que invitan a romper la distancia hasta ahora creada a través de licores y buena charla. Sus reacciones frente a la conversación te impulsan a acariciar su rostro y ofrecer un abrazo. Sin embargo, la noche aún no se abre para esas licencias.



Tu alma será atravesada por las calles de esta ciudad cuando el Sr. Amontv te revele los secretos históricos del centro de la urbe. Allí tu cuerpo comienza a reaccionar a sus interpelaciones con la seria voluntad de ultrapasar las fronteras que existen entre tu boca y la suya. Después de algunas excitaciones escultóricas, se cruza la barrera y logras sentir sus besos y su maravillosa nariz que sabe besar tan bien como sus labios.

Después de este punto los paisajes y él se funden en un solo placer que pareciera no tener fin. Su cuerpo se despliega como geografía mansa, bien de pampa, con altiplanicies acolchadas, ríos dulces y vegetación de carnosas frutas y suaves cáscaras. El clima de esta geografía es constantemente cálido, ardiente. Te sorprende las brisas que refrescan un temporal de intenso calor, pues la sensación sobre el cuerpo y el alma comienzan a interactuar intensamente sobre aquellos nudos del espíritu, entre un ardor y el siguiente. Tu ser, que para ese punto ya ama al Sr. Amontv, es amasado por él. Sus suaves e intensos movimientos te dejan percibir como ese amor sentido puede ser libre. Los pensamientos vienen y van, y entre tanto, lo enmarañado se siente suelto, cada vez más ligero, menos angustiante y bastante placentero. Los dolores sentidos en el pasado, se transforman en experiencias necesarias para la vida. Las palabras del Sr. Amontv te ayudan a incorporar otra forma de amar, que libera este sentimiento de la carga injusta que se le ha dado. No bien sientes el placer del entendimiento, cuando ya te coge otra, y otra y otra ola de calor, que junto a él se disfruta hasta el punto más profundo del río, dónde tanto dentro como fuera, lo líquido riega todo el terreno mixto y combinado.

En medio de una visita al café con nombre de país vecino y atmósfera de nostalgia, admiración y orgullo por aquellos hombres que se sentaron en sus mesas a componer palabras que ayudaron, y ayudan, a encender luchas y derrocar imposibles, una nueva ficha es movida por las sutiles corrientes que el Sr. Amontv envía. Sin advertir, logras comprender que además de que el amor, para ser libre, necesita vivir el presente y no cargarse con angustias pasadas, ni con responsabilidades futuras, puede aparecer y desaparecer sin causar daño y sin tener prerrequisitos. Amas, simplemente, amas. Por un día, por un momento, por un suspiro.

Sin grilletes que estanquen las sensaciones amorosas, te entregas al sin número de manifestaciones que van apareciendo provocadas por las rutas que el Sr. Amontv te sigue presentando. Este nuevo estado te trae tanta felicidad que el tiempo occidental no consigue encajar. Las horas pasan de forma tan rápida por los relojes de estilo sueco, dada la imposibilidad de este por entender otra forma de tiempo que no sea la estandarizada y cartesiana. Aun así,  y sabiendo que el tiempo junto con el Sr. Amontv es finito, el disfrute no para y la felicidad no disminuye.

Acercándose al punto final de este viaje, el Señor Amontv llega al cenit, regalándote un paisaje inclasificable. Su hermosura es tan inconmensurable que aún no existe adjetivo que lo describa. La visual conjuga al sol poniente con la luna naciente. El primero te ofrece los más ricos tonos del rojo y del azul, las nubes que lo rodean dibujan cóndores de alas abiertas, enfatizando en el amor descubierto. Por su lado, la luna se sienta sobre el más bello lila. Discreta, va convirtiéndose en un borroso círculo que, según el Sr. Amontv, es producto de la mano del mismo artista que ha engalanado el pueblo que nos recibe y, que con este gesto, nos saluda recordándonos que estamos en la tierra que lo hospedó por muchos años. Cómo se disfruta el acogedor pecho del Sr. Amontv, que te atalanta de las primeras brisas invernales.

Extasiados los ojos, este señor los refresca dejando que descansen, pero sin parar el disfrute sensorial. Te lleva a un lecho donde, a través de los oídos, el placer continúa. Con la música de la mar acariciando la playa, te riega toda de caricias y besos, sorprendentemente animales. Con el cansancio y el éxtasis de conocer otra región de la geografía del Sr. Amontv, duermes la última noche.

En la mañana de la despedida, tomas el primer alimento admirando tanto el hermoso perfil del Sr. Amontv como las bellas playas que te dieron buen sueño y feliz despertar. Yo sentí la necesidad de agradecer a Yemanyá y a Má Clacia el encuentro de este hombre. Él, por su parte, agradeció mi agradecimiento.

Voces mapuches llegaron para llorar nuestra despedida, mientras que nuestros amores no dejaban de sentir felicidad por los días vividos. Un breve momento de quietud, ojos conectados y cuerpos enlazados, antes de la separación, acentuó esa felicidad. Dejé que fuera el vehículo que me separaba del Sr. Amontv, el que me quitara su imagen física, que saltaba de alegría con gestos de amor. Después de esto, quedé en un silencio tan pleno que solo las ganas de contar esta experiencia lograron quebrar.

Seguramente cada ruta que el Sr. Amontv presenta es diferente, cada una traerá un nuevo sentir, otros sorprendentes paisajes. Por eso, querida lectora, ve en busca de este señor. Hágame caso: hágase un bien. No te pierdas de su magia y descubre, con su ayuda, esos secretos que dentro de ti, se esconden. De paso, dale un beso de mi parte, y dile que cómo él predijo, sigue estando en mí.


miércoles, 7 de marzo de 2018

Mi LDF (Limitación Dictatorial de lo Femenino) o IVE (Interrupción Voluntaria del Embarazo)

Hace un tiempo estuve en la sala de espera de un centro de atención para mujeres que quieren interrumpir voluntariamente el embarazo. Ese era mi motivo de espera, un IVE o, sin eufemismos, aborto. No estuve allí por mucho tiempo, el procedimiento, que fue quirúrgico y no por medicamentos, fue más rápido de lo que esperaba.

La atención del personal del lugar fue bastante gentil, muy cariñosa y contundentemente cuidadosa. Las demás mujeres que también estaban esperando ser intervenidas no parecían mayores que yo, tal vez una o dos. La mayoría deberían estar por entre los 20 y 25 años. Todas estábamos uniformadas con una bata típica de hospital de la cintura para bajo, polainas en los pies y gorro de tela quirúrgica en la cabeza. Esto no sé si colocaba cierta tragedia o comicidad al ambiente. En la sala nunca estábamos más de cuatro mujeres, a medida que íbamos pasando a la sala de cirugía íbamos rotando caras, impresiones, historias y sobre todo, experiencias sobre el procedimiento.

Mi primer contacto con las demás mujeres ya comenzó a tensionar mi cuerpo. Al llegar a la sala de espera, dos chicas ya estaban con el particular uniforme. Una de ellas se doblaba por el dolor, la otra la miraba con lástima y al mismo tiempo con temor. Las enfermeras ayudaron a la joven adolorida con otros medicamentos para que el dolor bajara. Mientras eso, hablé con la otra chica, joven, recatada… Me contaba sobre sus síntomas en el corto periodo de embarazo.

Otras mujeres pasaron por la sala después de ser intervenidas. Los testimonios de ellas no fueron muy tranquilizantes. Cruzábamos miradas de temor con la chica con quien habíamos iniciado la conversación. Después de ella ser pasada a la sala de cirugía, otra chica y yo nos quedamos solas y en silencio.

Ese silencio comenzó a traerme una ira universal, cósmica, natural y orgánica. Tantas caras de dolor, miedo e incertidumbre de estas mujeres iban envenenando mi saliva. Comencé a pensar que sí es posible que exista un dios, hombre, macho, todo poderoso que creó esta humanidad, seguro misógino y, que de castigo, colocó toda la responsabilidad en solo uno de los dos cuerpos que creó. Debe ser macho este que ha puesto tanta carga en nuestros cuerpos. ¿Por qué no repartir las cargas? ¿Por qué colocar todos los cambios y el trabajo de la procreación en las hembras?... Pensamientos coyunturales, no lo olviden.

Cuando la ira ya casi estaba haciéndome llorar, respiré profundo y pensé que no sería buena idea pasar así a la sala de cirugía. Acaricié mi cuerpo, mi vientre, me pedí eternas disculpas por tener que someterme a tal procedimiento. A pesar de esto, nunca apareció una sombra de arrepentimiento o culpa. Estuve muy segura de lo que iba hacer.

Minutos antes de ser llamada, una chica logró sacarme una sonrisa. Ella se quejaba, se sentía muy adolorida, pero un aura de fortaleza rodeaba su presencia. Remató su relato afirmando satíricamente “con esto no te quedan ganas de tirar en la vida”.

Desde hacía menos de dos años había decidido no usar métodos anticonceptivos, por negarme a tragar hormonas que controlan mi cuerpo al mismo tiempo que lo dañan, ensucian y enajenan, también me había negado a colocar cualquier dispositivo ajeno a mi naturaleza. Estaba convencida que mi cuerpo, por seis días que es fértil al mes, no debía ser sometido a aparatos o productos hormonales. Bueno, mi decisión fue quebrada ese día ad portas de mi aborto. Así como la chica que me antecedió, yo no quería oler hombre alguno, pero sabía que ese odio y hastío por los machos, tristemente, no me iba a durar toda la vida. Entonces, deseé no volver a someterme a un procedimiento como el que iba a pasar. Decidí, minutos antes, colocarme la T de cobre. Anticonceptivo que había sido recomendado por la ginecóloga el día anterior. Ella lo recomendó mucho, me dio información sobre el método, y pese a mi negativa de colocar cualquier aparato invasivo, insistió con cariño y comprensión.

Mi nombre fue dicho en voz alta y tuve que pasar a la sala de cirugía. Mi primera vez de todo, el único procedimiento parecido que había tenido que sufrir fue la sacada de mis cordales, que no me causó tantos trastornos, como este, claro está.

La enfermera me alistó, me vistió unas medias a media pierna, me indicó cómo respirar y me explicó los pasos que íbamos a tener. Retuve sobre todo la información de la respiración, intenté llenarme de mucho coraje y amor al mismo tiempo, saber que iba a ser herida, una herida que yo causé (claro, no sola, y haciendo responsabilizarse al co-participe), pero que yo asumí, con amor y entrega por mí, por mis proyectos, por mis sueños.

La ginecóloga llegó. Era la misma mujer que me había atendido el día anterior. Me hizo un par de preguntas casuales, y una última sobre mi decisión de usar el dispositivo anticoncepcional. Al escuchar mi respuesta afirmativa, celebró con la enfermera y le contó que tuvo que hacer un delicado, pero fuerte trabajo de persuasión.

El procedimiento inició. La ginecóloga iba nombrando cada paso. Mientras eso, la enfermera se sentó a mi lado, y apenas sentí el primer chuzón de la anestesia, mi mano saltó y fue sostenida por la enfermera. Ella comenzó un ritual de ternura y distracción. Tanto la ginecóloga como la enfermera sostenían una charla que pretendía ser por todos los medios, muy amena, me comentaban cosas sobre sus vidas, yo apenas podía responder. El dolor no fue grande, pero creo, que tuve que concentrarme mucho en la respiración para no descontrolarme. Rápidamente terminamos. Me acompañaron a la sala de recuperación, donde los tratos cariñosos continuaron.

Al rato de estar allí, el odio volvió. Las lágrimas salieron y mi razón no dejaba de repetir una y otra vez “que odio hacia los hombres, por no tener que vivir, si quiera sospechar por todo lo que una mujer tiene que pasar”. Luego los pensamientos se calmaron y recogieron el cariño de las enfermeras. Pude respirar, sentí cómo el dolor o la sensación de mi vientre rasgado, fueron desapareciendo. Logré tener una sensación de tranquilidad y amor a mi cuerpo por ser fuerte y conseguir llevar a buen fin este caso.

Después de esta experiencia, queda un malestar no solo físico, ni individual por lo que tuve que pasar, sino por ver y vivir, desde el vientre, lo intrínsecamente injusta que es esta sociedad. Es indignante sentir cuan desequilibrada puede llegar a ser la organización de nuestros estados y culturas.

No deja de inquietarme las inconsecuencias culturales. Nuestras sociedades  y muchas religiones insisten en el patriarcalismo basados (en pleno siglo XXI) en argumentos de tipo biológico. Ellos justifican la esclavitud de la mujer al interior del hogar por su condición de procreadora. Es decir, aceptan que las mujeres biológicamente tenemos una diferencia que nos coloca en otro lugar al del hombre. Y que producto de esto, debemos quedarnos al interior de la casa criando, mientras ellos salen y hacen el mundo. Pero esta diferenciación biológica no se deja ver en la organización de un estado que reconoce la diferencia, claro, solo de puertas para adentro. De esta forma, las políticas públicas de salud para la mujer y para la mujer gestante son humillantes, aberrantes y salidas de toda lógica funcional.

Por citar un ejemplo, Compensar EPS tiene cerca de 800mil afiliados y afiliadas en Bogotá. Podríamos deducir que la mitad (y tal vez más) sean mujeres. Para estas 400mil mujeres solo existen dos ginecólogos especializados en detectar el Virus del Papiloma Humano (VPH), que es una de las infecciones más comunes entre jóvenes y mujeres sexualmente activas. Sin contar, con la falta de especialista para las enfermedades de salud sexual y en general, salud de la mujer.

Existen varios estudios de la Organización Mundial de la Salud, que demuestran la alta disparidad en las políticas de salud entre hombres y mujeres. Uno de sus estudios presenta las desigualdades entre las dolencias que padecen los dos géneros en diferentes edades. Es notoria la cantidad de enfermedades a las que estamos expuestas mujeres, niñas y ancianas. Otro grupo de estudios demuestran que la falta de atención en salud empeora la calidad de vida de las mujeres. Esto repercute en una imposibilidad para desarrollar la vida plenamente. Así, además de quedar secuestradas en el hogar por la crianza y el cuidado, se limitan las posibilidades de las mujeres por enfermedades y vejez. La agencia de las Naciones Unidas en 2009 afirmaba que a las mujeres de todo el mundo "se les niega la posibilidad de desarrollar su potencial humano completo", dado que se ignoran muchas necesidades médicas cruciales[1].

Esto es tan biológico que se cae de la obviedad. Mensualmente las mujeres tenemos nuestro sangrado que nos coloca en necesidades mayores que los hombres. Esto, pasa desde lo económico, con la compra de toallas, tampones o recolectores menstrúales, hasta por lo emocional, cambios hormonales, y por lo físico, cólicos, dolores abdominales, náuseas, diarrea, sudor frío, dolores en la cabeza, la espalda, caderas y piernas. Pero nuestra educación y los insistentes mensajes comerciales, nos obligan a callar este estado y hacer como si nada pasara. “Siéntete libre” afirma con sonrisa de oreja a oreja la chica del comercial de toallas higiénicas. Y si, deberíamos sentirnos libres, comportarnos como se nos dé la gana cuando tenemos nuestro sangrado. Por ejemplo, podríamos decidir, libremente, quedarnos en la casa con una bolsa que nos caliente el abdomen todo el día para evitar los cólicos, una especie de licencia por menstruación. O por ejemplo, deberíamos sentirnos con la libertad de estar sangrando ropas, sillas, toallas y lo que se atraviese sin sentirnos avergonzadas, culpables y hasta sucias por mostrar la sangre por la que hemos pasado todas. Estar menstruadas, debería darnos prioridad en filas, atención y demás cosas. Podríamos, también reclamar subsidio por menstruación dada “la importancia procreativa” que esta tiene, frente a un estado que le interesa mantener altas las tasas de mano de obra barata.

Las inconsecuencias no paran. El interés evidente de estos estados neoliberales e incrustadamente capitalistas, por mantener los índices de natalidad a buen número conforme a las necesidades de las nóminas mal-pagas de empresas y multinacionales, se conjuga con la prohibición a la mujer por ser dueña de su cuerpo. Las declaraciones contra el aborto llegan llenas de valores y éticas manipuladas por el capital y el patriarcalismo que insisten en apoderarse de las libertades de la mujer. Sin embargo, los riesgos para las mujeres gestantes, el parto y el posparto son escandalosos. El embarazo, tan idolatrado por las iglesias, es completamente descuidado en países como el nuestro, donde mueren casi 500 mujeres al año[2]. Claro, el 50% de estas muertes se concentra en las poblaciones más pobres del país[3]. Las desigualdades no paran.

Les dejo una última flor en el racimo de la disparidad ¿No les parece que es un absurdo que, con la cantidad de avances tecnológicos y científicos que hoy tenemos, no se hayan encontrado métodos anticonceptivos para el uso regular de los hombres? Mientras que para las mujeres cada día se vende, se instala y se obliga a usar nuevos métodos que siempre traen efectos secundarios para nuestra salud. Somos nosotras las que tenemos que soportar hormonas, cobres, ligaduras y demás procedimientos que van agrietando nuestros cuerpos.

No cabe duda alguna sobre la infinidad de violencias que las mujeres tenemos que pasar fruto de la desigualdad en todos los aspectos de la vida en estas sociedades. Es necesario cambios que nos proporcionen mayores condiciones. Basta ya de pensar en una transformación en conjunto, a la par con los hombres. Es necesario ceder espacio a la mujer. Y quien tiene que ceder el espacio son los hombres. No necesitamos el mismo número de posibilidades que ellos, necesitamos más. No queremos igualdad en atención frente a los hombres, requerimos el doble y el triple para mujeres campesinas, indígenas y afros. No esperamos que la política, la economía y el estado luche por acabar la desigualdad de nuestros países, exigimos que estos den garantías, sobre todo a las mujeres, para tener espacios donde podamos representarnos a nosotras mismas; trato diferente frente a las demandas económicas femeninas; y cambios culturales que acepten el cuerpo de la mujer, con todas sus especificidades, y por ende, necesidades.

Imagino que tanto lectoras como lectores, les debe parecer un absurdo mis anteriores afirmaciones, las calificaran como exageraciones feministas. Las y los entiendo. Estas sociedades son tan increíblemente machistas, que es inconcebible que, tanto estado como población, tengan que considerar nuevos mecanismos para que nosotras podamos tener una vida más digna, satisfactoria y con garantías en todos los escenarios de acción. Muchas mujeres estarán pensado que no quieren ventilar cuando estén o no sangrando, otras muchas castigan a quienes decidimos detener un embarazo, y muchísimas no querrán salir de las comodidades que les dio la clase donde nacieron. Durante generaciones nos han ensañado a avergonzarnos por nuestro sangrado, nos han tatuado en el comportamiento una debilidad tácita que nos impide imponernos y hasta hablar, nos han inducido a mantenernos cómodas con una casa limpia, un marido medianamente respetuoso y unos hijos que garantizaran compañía en la vejez. Es lógico que ahora, tu mi querida lectora, me estés queriendo tapar la boca y mandar al cuarto. Lo siento, no podré callar.

Este 8 de marzo invito a salir a las calles con nuestra sangre en las piernas, con nuestras millones de facturas de tampones, toallas, recolectores menstruales, óvulos, pastillas, inyecciones anticonceptivas que asuelan nuestros salarios. Salgamos con los centenares de órdenes ginecológicas que año tras año tenemos que aguantar y hasta rogar a que la EPS asignada cumpla y lleve a buen fin. Salgamos, una vez más para gritar que este cuerpo es nuestro, que nosotras decidimos sobre él y que exigimos el trato de calidad frente a nuestras necesidades biológicas, políticas, económicas, sociales y culturales.

sábado, 24 de febrero de 2018

No, pero … ¡Qué chimba! ¿Una autocrítica?



En marzo de 2017 decidí iniciar un proceso de creación que tuviera la calle como un “todo”, esto es, que el espacio público fuera sala de ensayo, elemento motivador para la creación, lugar de entrenamiento y preparación, salita de reuniones y claro, escenario.

Sería una especie de “solo”, es decir, no estaría acompañada por otra artista que realizara el proceso e interviniera la calle conmigo.

Inicié el proceso en la ciudad de Bogotá el 22 de marzo de 2017 en la zona centro. Realicé una primera salida sin saber cuál era el tema, ni la estética, ni la poética. Allí intente moverme cómo se movía esa atmósfera, sentir su ritmo y sobre todo su ethos. Ese ethos, definido como la esencia, el ser, la forma y el contenido en un solo frasco. Después de esta exploración decidí que el tema de la creación sería diferentes violencias que las mujeres sufren en el espacio público.

Imágen Mauricio Rodríguez. Av. Jiménez. 1

Así, el proyecto tomó más forma. Le comenté esto a mi amiga Clara Angélica Contreras Camacho, directora escénica, con el fin de que ella me acompañara en el proceso como observadora experta o, no tan bien dicho, directora. Ella aceptó e iniciamos una rutina de ensayos. Fui enfática con Clara, en que todo el proceso ocurriría en la calle, desde nuestras reuniones, hasta los ensayos y preparaciones.
En las primeras salidas, Clara me pedía que construyera partituras con diferentes estímulos; con movimientos que fueran inspirados en el circular de los transeúntes, en el paisaje de la calle, o sea, su arquitectura, en los gestos que aparecen repetidamente en las personas y en las formas con las que contaba en el lugar donde ensayábamos.

Duramos algunos ensayos explorando solo con el cuerpo, creando partituras que describieran la calle, el movimiento de una mujer en el espacio público y la relación con los transeúntes. Para Clara y para mí fue bastante sorprendente usar la calle como sala de ensayos. Crear una secuencia, implica parar, pensar, volver a intentarlo, repetir, repetir y de nuevo, repetir. Este trabajo en una sala pareciera, a primera vista, que no tiene mucho problema. Sin embargo, esto en la calle cambia drásticamente. No existen los espacio privados, pero si existe invisibilidad. Afuera, todo el tiempo se tienen otros ojos encima, y eso despierta otro tipo de comportamiento, otra forma de concentración y trabajo. Todo el tiempo el transeúnte está influyendo en cada parte que se fija, que se cuadra, que se crea. Esto era lo que queríamos. Una relación permanente con las personas que pasan a tu alrededor. Casi, que se convierte en un a creación en conjunto.

Sin embargo, también existe la invisibilidad. En nuestras calles, producto de la cantidad de manifestaciones causadas por la desigualdad y la pobreza, las personas que transitan cierran sus percepciones a lo que ocurre en el espacio público. Si yo trabajaba en silencio, era muy posible que pasara desapercibida en el lugar. Así, conseguí sentirme aislada y hasta con cierta privacidad. Logré instalar en mi cuerpo la sensación de que a nadie le importa lo que pase con el otro, de esa forma es casi como si estuviera sola en medio de la multitud.
Imagen Clara Camacho. B. Restrepo

Como se puede imaginar, algunas veces fui interpelada por personas que se preocupaban con mi presencia y mis acciones. No faltaron policías que llegaran a intentar interrumpir mi trabajo y pedirme que me comportara como todas las otras personas. Tampoco faltó mujeres de avanzada edad que se acercaban con cierta cautela a preguntarme cómo me sentía y si estaba cuerda. Seguramente a lo largo de esta narración citaré otras reacciones.


Así, a partir del contacto constante, insistente y hasta invasivo de los transeúntes, por un lado, y ciego, indiferente y apático, por el otro, construimos varias secuencias que fuimos limpiando, descartando y puliendo.

Propuse trabajar dos secuencias dentro de algo que he venido llamando “capsula”. Las “capsulas”, dentro de una acción escénica, son secuencias de movimientos fluidos, enlazados, partiturados que pueden contener todas las sensaciones o estados por los que la actriz pasa durante toda la acción. La capsula podría contener todo la esencia de la obra o trabajo realizado. Su duración es muy corta y debe aparecer en diferentes momentos de la acción. Su repetición durante el acto, puede ser diferente en tanto a ritmos, calidades, sentimientos y hasta fragmentos. No siempre se realiza toda la capsula, tal vez solo un pedazo. La capsula es un lietmotiv. Ella aparece con cierta frecuencia durante toda la pieza, enfatizando algún sentimiento, llevando a una transición, cambio de atmósfera o ritmo, o interrumpiendo algún momento álgido.

Estas dos secuencias aparecen durante la acción justamente para lo narrado líneas arriba.

Sentíamos que el trabajo no solo podía ser secuencias de movimiento y capsulas. Después de algunas semana sentimos la necesidad de trabajar sobre algunos roles o personajes de diferentes mujeres. Yo no quería que el trabajo, por ser hecho en la ciudad, hablara solo de los problemas de un tipo de mujer, la urbana. Así, propuse cuatro tipos de mujeres. Que en ese momento llamamos así:
       La campesina: Que arrastraría una violencia más aceptada, de casa. Ella consiente el maltrato y le parece natural.
       La matrona: Mujer de colores y ritmos costeros, del litoral. Abierta y sin problema de decir lo que piensa.
       La empoderada: Esta representaría a la mujer de ciudad que tiene noción de las violencias que las sociedades tiene contra las mujeres.
       Omaira[1]: Mujer joven, débil, frágil, ingenua. A quien han engañado sistemáticamente.

Junto con este grupo de mujeres también propuse una imagen-personaje, una vulva. La vulva aparecería por la necesidad de dejar ocultar la parte del cuerpo femenino que más se esconde y la que más sufre violencias. Esta vulva (o chimba, como es llamada en Colombia) saldría a las calles con energía de duende, saltando, gritando, brincando de andén en andén, pidiendo respeto, amor y cuidado.

Iniciamos la exploración de cada una de estas mujeres. Empezábamos siempre con la pregunta de la acción ¿qué saldrá hacer la campesina, la matrona, la empodera, Omaira? Antes de llegar al ensayo, a la calle, predisponíamos una acción.

Imagen Clara Camacho. Av. 19, entre 6° y 7°.
Después de más de tres meses de exploración las acciones se fijaron así. La matrona reparte papaya y advierte que esta solo puede cogerse cuando es ofrecida, se burla de los hombres y juega con la fruta entre sus piernas. La campesina teje una trenza entre postes, bolardos y señales de tránsito, va contando las humillaciones que aguanta sin quejas, sin reproches, sin tristezas. La empoderada coquetea con frases feministas mientras infla condones. Omaira cae al suelo, se levanta y vuelve y cae, mientras confiesa novio que violó, ¿no vio novio que violó? Por último aparece la Chimba que brinca de andén en andén, pidiendo, con voz chillona, besos, abrazos, cuidados y respeto.

 Ensayamos esta estructura en presencia de nuestra colega dramaturga, Carolina Mejía. Ella, después de observar el ensayo, nos propuso otro orden, este producto de la relación que los personajes estaban tejiendo con los transeúntes y con la narrativa de la acción. Por ser la matrona la que más logra interactuar con las personas, tanto las que pasan muy cerca, como las que pasan de lejos, propuso que fuera la última, antes de la Chimba, además porque la relación con la vulva podría ser más rica con este tránsito. También propuso que quien arrancara la acción fuera la campesina, pues podría crear una narrativa iniciando con los discursos más oprimidos y doblegados, hasta las manifestaciones más abiertas y emancipadoras. Estuvimos de acuerdo con esta propuesta. El orden de las mujeres, quedó así:
         Campesina
         Omaira
         Empoderada
         Matrona
         Chimba

La primera vez que ensayamos este orden, nos maravilló la respuesta del público. Tuvimos transeúntes que se estacionaron a ver toda la acción, en general, la atmósfera que logramos fue de una alta receptividad. En los anteriores ensayos, con el otro orden, veíamos como los transeúntes solo paraban para ver una acción en concreto y no toda la secuencia. Con este orden, sentimos que teníamos una sola acción y no cinco cuadros, uno tras otro.

El siguiente trabajo, fue recopilar todos los textos que las mujeres estaban diciendo, limpiarlos y armar los que estaban más débiles o aún no existían. Esto fue, armar el guion de la acción. Clara, me motivo para que yo hiciera este trabajo.

Lo primero que hice fue colocarle nombre a cada una de las mujeres, ellas no podían ser un tipo, un cliché, un rol. Ellas debían tener un nombre propio que implicara al sector de mujeres que estaban representando. Así la campesina se bautizó con el nombre de Florinda, en homenaje a la líder campesina Mamá Tingó (Florinda Soriano Muñoz). A la matrona la llamé Belki, por hacerle un reconocimiento a la bella Belki Arizala, modelo, actriz y empresaria afrocolombiana que realiza trabajos en defensa de las mujeres y las niñas, sobre todo de descendencia afro. Con la empoderada le hicimos un homenaje a Jineth Bedoya, activista y periodista colombiana contra la violencia de género. Omaira, conservó su nombre y la Chimba, no tenía alternativa, su nombre era más que merecido.

Diseño Diana Ayala

La acción tuvo una temporada de estreno de dos funciones el 19 y 20 de diciembre de 2017. Las funciones se realizaron en el horario de la 1:00 p.m. y cada día en un lugar diferente. El primer día fue a los pies de la torre Colpatria (7ma con calle 26) y el segundo, en las escaleras que llevan a la Plaza de Toros sobre la carrera 7° con calle 28.  Después de estas dos funciones concluimos algunos aspectos a modificar, mantener o ampliar. En términos muy generales sentimos que el trabajo hecho representa los deseos y cumple con los objetivos propuestos al inicio.
Durante la primera función, el círculo que formó el público asistente nos pareció molesto y creemos que transformó la acción. El segundo día de la temporada, consientes del comportamiento de los asistentes, decidimos que Clara los organizaría en lugares específicos y les pediría observar la acción preferiblemente desde el lugar dado. Esto resultó mucho más cómodo para mí, sentimos que la acción volvió a tomar el carácter encontrado en los ensayos.
Este carácter es el uso de cierta invisibilidad. Nunca buscamos tener grandes masas de públicos y nos agradaba la sorpresa generada al transeúnte desprevenido que se topaba con la acción. Queríamos conservar la atmósfera de la calle, no variarla. Claro, sabíamos que existía una transformación de esta atmósfera con mis acciones, más cuando usaba la voz con una potencia extra-cotidiana. Sin embargo, tener un público reunido, cambia en gran medida esta atmósfera. Pero si este público parece transeúnte, aún quedaba algo de la atmósfera original.
A modo de conclusión, “Qué Chimba” es una tentativa por hacer manifestaciones vivas, manifestaciones en dónde la actriz sea un elemento motivador de acciones y reacciones, en vez de la imposición clásica de alguien que siempre habla y otro que solo escucha. En “Qué chimba” quien habla, interpela o comparte tiene su espacio, no hay límite de tiempo, espacio y acción. Lo anterior sumado a la palpitante necesidad de descubrir los velos que ocultan la violencia, el abuso y el maltrato producto de nuestras sociedades enfermas de machismos y patriarcalismos. La Chimba sale, habla y reclama, no en un teatro cerradito o en un escenario beligerante. La Chimba descubre las violencias en los espacios más comunes y cotidianos con los que contamos, la calle.
Imagen Andrea Duarte. Torre Colpatria.



[1] Rápidamente esta mujer fue llamada Omaira, por recordar a Omaira Sánchez, niña víctima de la tragedia de Armero (1985).